La playa de los ahogados, de Domingo Villar

Ya establecí genialmente hace mil días que al artesano se le respeta pero no se le admira, como al artista. El artesano es un artista sin riesgo que deja de aprender cuando completa el círculo perfecto de su manufactura. Luego es todo hacer círculos dentro de ese círculo, hasta el hartazgo.

El artista, sin embargo, muchas veces no sabe ni hacer su propia O obsesiva y onanista, y el producto de su vanidad es una terrible mierda inmensa que sólo gusta a sus amigos y a algún crítico con el que ha tomado cuatro copas o cuatro taxis, allá en Argentina.
Quiere decirse que uno se decanta por al artesano según va el arte reincidiendo en su descrédito, y si llevamos un año de artistas entre comillas y un siglo de artistas en bastardilla, lo mejor es tirar los menuses de la cocina postmoderna y volver a la mortadela y a las pipas de girasol, tan aburridamente satisfactorias.
13 putas ediciones lleva Domingo Villar de La playa de los ahogados, una novela negra para más inri. Se entiende que La playa de los ahogados no se concibe como respuesta a los grandes dilemas narrativos del siglo XXI, ni como paso adelante de la cosa literaria, sino como una novela más dentro de un género más dentro de un verano más de una nada más. Ninguna vida va a cambiar tras leer esta novela.
Pero, a poco, a veces hay que hacer pie como lector en las cosas que no cambian, en los cimientos juveniles de la literatura, que son esos que sostienen la lectura comunal frente al snobismo de cuatro bandarras fucoltianos, paidofílicos.
La novela esta va de Galicia: ese es su importante matiz. El muerto de las primeras páginas arrellana sus heridas en todo un hacer aldeano, mayormente marinero, y la consabida investigación tensional se hace específica en la medida en la que se nos va informando de cómo se pescan los peces en las costas gallegas, asunto este -como supondréis- de mi máximo interés.
Yo creo que la novela comercial parte de la premisa de que la gente no quiere que la literatura le dé literatura, sino cualquier otra cosa. Informaciones, ilusiones, datos y recetas de cocina: por ejemplo. En La playa de los ahogados aprendemos mucho sobre la pesca en las costas gallegas, asunto este de -reitero- mi máximo interés.
El protagonista es tan gallego que dan ganas de votarle, y su acompañante es aragonés, y de votarle no dan ganas; te ríes. Todo está hechito de buena letra y, cuando toca, la metáfora o el símil aparecen exactos y acertados, y nadie puede decir que Domingo Villar no escriba tan bien como cualquier otro autor que al escribir lo llame arte.
Es normal que esta novela venda mucho y es normal que tampoco pase nada con esta novela de aquí a diez años.
En lo normal nos sobrevivimos.
7/10
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