Los inmortales, de Manuel Vilas

Habría que pensarse si para un autor es más afortunado alcanzar una voz propia, y entonarla sucesivamente hasta la muerte, o disfrutar de la condición ventrílocua e ir sorprendiendo a los lectores a cada paso. En España -y este post y este tiempo son muy España-, desde Cela y los cafés, se ha considerado insoslayable tener un estilo propio e intransferible, un bonometro literario en suma, que resista la prueba tan siglo XX de que, abriendo un libro por cualquier página y leyendo apenas unas líneas, uno sepa que eso es de Cela, de Benet o de su puta madre.

Manuel Vilas es de su puta madre, y de puta madre, y de estos: con voz.

Esta tesitura aboca a reseñas negativas facilonas: más de lo mismo. Y a reseñas positivas facilísimas: qué bien, más de lo mismo. Porque, en efecto, Los inmortales es más de lo mismo.

Qué bien.

Aquí nos gusta mucho Manuel Vilas, así que sólo no haciendo el Manuel Vilas nos puede disgustar. Vilas tiene en su haber, y ya con eso se puede ir a su puta casa, poemarios inmortales (irónicamente: Resurrección, sobre todo) y libros fundacionales de su propia aventura creativa: España, mayormente. Así las cosas, piensa uno que todos los libros de Manuel Vilas se podrían llamar España, aunque quedaría poco imaginativo.

Los inmortales nos viene siendo lo de Aire nuestro o España, esto es, relatos excéntricos, borboteantes, poco corregidos y nada circulares: no se busca la perfección sino la expresión. Como en la pasada «novela» de Vilas, aquí tenemos un texto introductorio que trata de perforar las campos estancos del libro de cuentos o relatos o historias, atribuyendo a su morfología una condición orgánica más allá de la superposición y la lógica permeabilidad propia del estilo unitario. Yo creo que Vilas debería de dejar de hacer estas cosas, porque tampoco van a ningún lado: a la gente no le gustan los cuentos, pero le gusta Manuel Vilas.

Son 15 los pedazos que convoca el autor en Los inmortales, amén del proemio. En ellos tenemos Vilas para aburrir: gusta el autor de juntar dos personajes estrafalarios y echarlos a andar, llevarlos a un Hotel en alguna ciudad particular (aquí, Dublín, Tenerife, Madrid…), juntarlos con unas putas y hacerlos hablar un rato mientras manipulan alguna tecnología. That´s Vilas.

Todo esto conduce a una especie de epifanía continuada que no se revela a lo USA con un detallito y un párrafo lírico, sino que se extiende por todo el texto como una electricidad inmarcesible (y eso que los cables se pudren), y es que el autor, su obra toda y su escritura entera no conectan con nada mejor que con esta palabra: vitalidad.

A Vilas le gusta vivir, ya lo decía, y su prosa es tan simpática, tan enrollada y tan entusiasta que de puta madre.

Adjetiva muy bien.

Y ama España. De tan español que es Manuel Vilas resulta particularmente universal. Imitar a los yankis ya nos hemos dado cuenta de que no vale ni para tomar por culo: hay que ser español para ser universal.

«Me alegra saber que estás completamente loco».

Lo mejor del libro, por acabar, es la propuesta ética, muy de la crisis que nos entretiene estos días, que encontramos en Una iluminación del oído; y, también, de largo, la comparación de Los lunes al sol y El día de la bestia que hace el autor en La nochebuena de 2013.

(Por si a alguien le interesa, a Manuel Vilas lo he visto una sola vez en mi vida: en un avión que estuvo a punto de estrellarse.)

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5 respuestas a Los inmortales, de Manuel Vilas

  1. Zote dijo:

    Es un carpintero, o un lápiz, cualquiera sabe. Buen chico, sí.

  2. Rudo dijo:

    No sería un vuelo de México a Madrid, ¿no?

  3. Javier dijo:

    Nuestra época es tan de ser de nuestras putas madres que no queda más que exacerbar el estilo, sino ¿cómo nos etiquetarían?
    Y me apunto a lo de Resurrección.

  4. Pedro Ramos dijo:

    Vilas: UNO, GRANDE y ÚNICO.
    (o no)

  5. Vilas es casi casi Dios, por lo menos a veces. Aparte de eso, me hace gracia que en ninguna de las críticas se haga uno una idea (ni remota) del «argumento» del libro. Por lo menos en Aire nuestro estaba todo aquello de la televisión del Purgatorio y tal. ¿Y aquí? Lo digo porque aún no le he echado un vistazo

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