Simone, de Eduardo Lalo

Hay gente que sigue a la selección Sub-21 de fútbol; yo he seguido las deliberaciones del premio Rómulo Gallegos de Novela 2011-2012.

Son en Venezuela. 100.000 dólares. Que Venezuela tenga cien mil dólares (sic) para dárselos a un novelista es un asunto en el que prefiero no entrar.

El galardón señala la mejor novela escrita en español que haya visto la luz en los dos últimos años. Han ganado varios grandes autores con obras menores y algunos autores menores con obras felices. El jurado no anda por el mundo hispano buscando las novelas, sino que son los autores y/o editores (o las novias, o los novios) los que se las envían para su evaluación. Esto ya coloca el listón del ego literario a una altura muy apreciable. Enviar tu novela al Rómulo Gallegos es como pedirle salir a Penélope Cruz. Hey, nena.

Aquí tenemos tanto la lista de «obras participantes preliminares» (a medio scroll) como las novelas finalistas. Un psicólogo barato sacaría conclusiones muy jugosas sobre estos listados. El más extenso no sigue el orden alfabético, sino -presumo- el orden de llegada de los siete ejemplares requeridos para concursar. Algunos tuvieron mucha prisa en enviar su libro pues, aunque su apellido empieza por P, en la lista aparecen en en el lugar propio de la B. De los 29 españoles participantes, sólo conozco a… ¡nueve! 20 escritores españoles que yo no conozco creen que su libro merece 100.000 dólares y suceder a Ricardo Piglia en el palmarés del galardón. Alguno de estos autores desconocidos envió dos libros a concurso, pues publicaron dos veces entre 2011 y 2012 en su afán por que nadie los conociera. El país más ganoso de visitar Venezuela fue México: 36 participantes.

A la deliberación final pasaron 11 autores. Conocía uno a Zambra, Villoro, Trelles, Mateo Díez, Chimal y Rey Rosa. Por ranking, estatus, flor en el culo, editora prestigiosa y relevancia mediática, la cosa parecía ir a dirimirse en una final macaranense entre el chileno Alejandro Z y el mexicano Juan V. Ganó, por unanimidad, Eduardo Lalo con su novela Simone.

Publicada por la editorial argentina Corregidor dentro de su nueva colección Archipiélago Caribe -de hecho, la inaugura-, Simone es una novela de 202 páginas que venden por 21 euros en la librería Iberoamericana Editorial Vervuert de la calle Amor de Dios 1 de Madrid. Yo no la he comprado.

Sólo la he leído.

La edición es como de Palencia; o de Teruel. Una celulosa cegadora mal timbrada y con los renglones a dos aguas desde algunos medianiles: en la página par, el lector sube la cuesta de la línea, y en la página impar la baja. En la cubierta salen el nombre del autor, el de la novela, el de la editorial y el de la colección todos apelotonados.

Y tal.

El libro, la novela, comienza con un prólogo. Prologar novelas vivas es de esas cosas que se hacen por todos los motivos menos por alguno lógico. Elsa Noya nos dice liminarmente cosas como «reacias a encasillamientos genéricos convencionales, las escrituras de Eduardo Lalo y en especial sus novelas suelen desacomodar la lábil frontera entre historia, autobiografía y ficción al tiempo que conjugan diversas matrices narrativas y preocupaciones temáticas» y como «potente entramado de imágenes que derridianamente otorgan al texto una densidad escrituraria arquitectónica en consonancia con la densidad corpórea de la ciudad de San Juan». Luego la novela es infumable.

Parece que el país de origen del autor, Puerto Rico, tiene mucho que ver con su discurso y hasta con su premio. Un «país invisible», hemos leído que dice Lalo en entrevistas -y en el propio o la propia Simone-. El problema es que la tinta no es invisible, ni siquiera las comas, y con frases primeras como «Diego me contó, que sólo cuando logró vivir lejos, conoció la belleza» ya vamos mal.

La obra empieza como diario o libro de notas a la manera de cualquier diario o libro de notas que alguien haya publicado y, sobre todo, que alguien haya tenido el buen tino de no publicar. Asuntos menores, prosas cualesquiera, chistes que en Twitter ni siquiera harían gracia («El Renacimiento empieza cuando la gente se dieron cuenta de que ya no estaban en la Edad Media»: de un examen que corrige el autor/profesor) y una pretendida profundidad que apenas atraviesa la cutícula del pensamiento. Esto está escrito en presente y luego, a las treinta páginas, el autor -que ha prometido un diario, que ha copiado citas absurdas sobre la novela del futuro: ser fragmentaria y honesta y real- se aburre (él también) y nos empieza a contar una historia en pretérito -así porque sí- sobre un amor chino muchos años menor que el narrador y que no tiene ningún interés, tópicos al margen. Al final -también porque sí- se incluye un diálogo fatuo y delirante entre el narrador heroico y un español maligno que visita Puerto Rico, y al que el narrador vengador afea ser español, venir de esa literatura, ser la suya una literatura opresiva y petimetre y seguramente también no haber pagado el taxi que tomaron todos juntos.

Un «rencor vivo» parece ser lo que unánimemente han premiado Piglia y dos más -uno de ellos, puertorriqueño- en Simone y en Lalo.

Digamos también que esto de la fragmentariedad literaria, de convertir una novela en un amontonamiento caprichoso de material verbal, no cuela siempre, pues la novela, leída, fragua; esto es: el orden aleatorio o instintivo con el que se colocan los textos en un libro que se pretende ajeno al planteamiento nudo desenlace y ajeno al clímax y anticlímax y ajeno a la cronología y ajeno a la progresión narrativa cristaliza en la lectura, y si no cristaliza queda en evidencia. Leyendo la desordenada Pedro Páramo tenemos la sensación de que su disposición es inalterable, de que debía ser así; lo mismo pasa con Oficio de tinieblas 5 o La novela luminosa, incluso con Nocilla Dream asumimos una intuición artística que no podemos modificar. Sin embargo, en Simone ese desorden, esos pruritos genialoides, lejos de trabar, se excluyen, y lo mismo podría haber empezado la novela con la historia del amor chino que con la diatriba anti-española, que empezar con cualquier otra cosa o, más piadosamente, no empezar nunca.

La palabrería destinada a ensalzar esta novela podría -variándola muy poco- servirnos igualmente para la obra de Sergio Chefjec o de Mario Bellatin, autores que pueden provocar lecturas irritantes -sobre todo el primero-, pero que en ningún caso dan esta sensación de chapuza boba que nos procura la mejor novela en español de los dos últimos años, según Caracas.

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11 respuestas a Simone, de Eduardo Lalo

  1. Si a alguien, después de leer semejante prólogo, le sigue pareciendo buena idea meterse el libro entre pecho y espalda, se merece todo lo que le pase.

  2. La librería Iberoamericana está en Huertas 40. Lo que está en Amor de Dios 1 es la editorial Iberoamericana. Es la misma empresa y supongo que si vas a un sitio te mandarán al otro, pero me sorprende que con las veces que has pasado por Amor de Dios, 1, no sepas que allí no hay ninguna librería 😉
    Yo hubiera votado a Vilas. Por lo menos para que hubiera entrado en la final, hombre.

  3. Juan dijo:

    Ya, me preguntaba todo el rato cómo podía haber una librería en Amor de Dios 1, pero era lo que ponía en el ticket de compra de la novela, que me la dejaron con él dentro.

  4. Yo podria decir que “rencor vivo” parece ser lo que lo dirige a usted a hacer comentarios tan prejuiciados sobre una obra y un escritor, que si juzga por los premiados anteriores del Romulo Gallegos (Gabriel Garcia Marquez de Colombia, Mario Vargas Llosa de Peru y Carlos Fuentes de Mexico) tiene un talento y un futuro entre los grandes de nuestra literatura.

  5. Javier Avilés Bonilla dijo:

    Es notable que solo los miembros más fieles de la tribu de Narciso pueden proferir tan banales disparates como este patético comentario de usted, Sr. Malherido; grandilocuentes y espurios simultáneamente. Recomiendo que vuelva al texto, ya que no entendió ni una palabra. (También consulte otros textos de Lalo. Dos se han publicado en España: «donde» (edición sin imágenes) y «Los países invisibles», obra premiada en Valencia. Solo porque el espectro referencial de usted no aparenta desplegarse más allá de su muy particular coto.) Si uno de sus criterios para descalizar la integridad lírica o filosófica de una obra es que hay una coma mal colocada, usted es, sin, duda, un, imbécil y, como diría su compatriota (imagino que usted es español): «me alegro de haberlo sabido por mí mismo». Gracias por su lamentable excursión en la marginalia crítica, refuerza la singularidad de «Simone» a un lado de su elocuente ineptitud.

  6. Juan dijo:

    Por contestar sólo al último comentario. A ver: uno de mis criterios para descalificar a un escritor es que no sepa escribir: mire qué raro soy. Obviamente una coma sobrante no hace condena, pero ya empieza uno mal. El libro no me ha gustado nada. En otro tiempo, hubiera usted encontrado en este blog ex-abruptos intolerables para esta novela, pero ha entrado aquí usted en la época tibia. Por otro lado, entiendo que un escritor debe agradecer siempre que lo lean, incluso que lo lean mal, sobre todo si conseguir su libro en España es tan increíblemente difícil y tan caro y, la edición, de baratillo.

  7. Zote dijo:

    No sé lo que significa «liminarmente», buaaaa… Lloro de ignorancia… Por cierto, odio al 99% de los escritores.

  8. La realidad es que si no te gustó SIMONE, menos te va a gustar http://osariodevivos.com . Una novela desconocida por un atuor puertorriqueño desconocido.

  9. Lúpulo dijo:

    Lalo es un escritor muy del gusto de la academia. Necesario quizás para sostener argumentos «significativos»: quien lee y escribe desde la cátedra comprueba en sus trabajos sensibilidades que atraviesan lo puertorriqueño y que él rescata con fuerza. Me cuesta más trabajo pensar que sea un autor para el «público lector», un narrador. Y es aquí donde se produce el cruce de cables, especialmente porque Corregidor es una editorial a cargo de académicos y de todos es sabido el nefasto gusto del académico (incapaz de distinguir lo socialmente significativo de lo literariamente apetecible). Lalo es un escritor «honesto» (signifique lo que signifique eso), si lo ubicamos en un contexto definido, pero sacarlo de ahí, como hace este premio, me parece demasiado aventurado. Y le puede suceder esto.

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