Comentario detesto: Eclipse, de John Banville

1.
Ni un alma se veía por la orilla, excepto, un poco más allá, una enorme ave marina que permanecía inmóvil sobre una roca. Tenía el cuello largo y delgado y el cuerpo fino, y parecía irreal en su quietud, más la estilización de un artista que un pájaro vivo. Me senté sobre las protuberancias de pizarra. Qué curioso material: quebradizo como piedra y graso al tacto. La mañana era tranquila, y el cielo de un blanco uniforme. La marea estaba alta, y la superficie del mar, tensa y bruñida como seda ondeante, parecía más elevada que la tierra, como si fuera a derramársele encima. Las olas apenas eran olas, parecía más una arruga que recorriera los bordes de un enorme cuenco de agua que se agitara lentamente. ¿Por qué me alarma tanto pensar en el mar? Hablamos de su poder y su violencia como si fuera una especie de animal salvaje, voraz e imposible de apaciguar, pero el mar no hace nada, simplemente está ahí, es su propia realidad, como la noche, o el cielo. ¿Acaso lo que asusta es su capacidad para agitar y sacudir y engullir todo lo que lo surca? ¿O es que quiere dejar claro que no es nuestro medio? Pienso en el mundo que hay debajo del océano, el anverso del nuestro, el negativo del nuestro, con sus llanuras arenosas, silenciosas valles y grandes cordilleras sumergidas, y algo se desgaja en mí en mi interior, algo que no es mío se aleja de mí horrorizado. El agua es algo misterioso, decidido e incontrolable, siempre busca su horizontalidad, como ninguna otra cosa en el mundo que habitamos. Hay tormentas, sí, y maremotos, e inclsuo en las zonas templadas se da el macareo de la desembocadura de algunos ríos, pero estos fenómenos no se deben a alguna cualidad inherente del agua, pues ésta, aunque fluida y siempre misteriosa, seguramente es, en esencia, inerte. Y sin embargo nos desequilibra: cuando estás en el océano siempre estás torcido: no hay más que mantenerse a flote para comprobarlo. Cuando caminas entre las olas parece que caes pero sin caer, sientes la empinada pendiente arenosa bajo tus pasos lentos, pesados.

2.
Ni un alma se veía por la orilla, excepto, un poco más allá, una enorme ave marina que permanecía inmóvil sobre una roca. Tenía el cuello largo y delgado y el cuerpo fino, y parecía irreal en su quietud, más la estilización de un artista que un pájaro vivo[¿una gaviota, por resumir?]. Me senté sobre las protuberancias de pizarra. Qué curioso material [UNO]: quebradizo como piedra [John, es que es piedra] y graso al tacto. La mañana era tranquila, y el cielo de un blanco uniforme [ya se canso de la pizarra]. La marea estaba alta, y la superficie del mar, tensa y bruñida como seda ondeante, parecía más elevada que la tierra [DOS], como si fuera a derramársele encima. Las olas apenas eran olas, parecía más una arruga que recorriera los bordes de un enorme cuenco de agua que se agitara lentamente [¿qué significa esto exactamente?: ¿una arruga recorre los bordes de un cuenco?]. ¿Por qué me alarma tanto pensar en el mar? [Háztelo mirar] Hablamos de su poder y su violencia como si fuera una especie de animal salvaje, voraz e imposible de apaciguar, pero [aquí empieza: soy más listo que vosotros] el mar no hace nada, simplemente está ahí [TRES], es su propia realidad, como la noche, o el cielo. ¿Acaso lo que asusta es su capacidad para agitar y sacudir y engullir todo lo que lo surca? ¿O es que quiere dejar claro que no es nuestro medio? Pienso en el mundo que hay debajo del océano, el anverso del nuestro, el negativo del nuestro, con sus llanuras arenosas, silenciosas valles y grandes cordilleras sumergidas, y algo se desgaja en mí en mi interior [pobrecito], algo que no es mío se aleja de mí horrorizado [mío]. El agua es algo misterioso [CUATRO], decidido e incontrolable, siempre busca su horizontalidad, como ninguna otra cosa en el mundo que habitamos. Hay tormentas, sí, y maremotos, e inclsuo en las zonas templadas se da el macareo [?] de la desembocadura de algunos ríos, pero estos fenómenos no se deben a alguna cualidad inherente del agua, pues ésta, aunque fluida y siempre misteriosa, seguramente es, en esencia, inerte. Y sin embargo nos desequilibra: cuando estás en el océano siempre estás torcido: no hay más que mantenerse a flote para comprobarlo. Cuando caminas entre las olas parece que caes pero sin caer, sientes la empinada pendiente arenosa bajo tus pasos lentos, pesados. [Y CINCO]

–> Es meritoria la capacidad de este pasaje de Eclipse, de John Banville, para chorrear lirismo y elevar a categorías «literarias» una serie de tópicos y obviedades sobre el mar que nadie sin doce copas encima compartiría con quien no fuera su sufrida pareja. También resulta asfixiante la ansiedad de Banville o de su puto personaje por demostrar a cada rato que tiene una sensibilidad fuera de lo común. Todo lo anterior en nociones como: «qué curioso material es la pizarra», «qué curioso es el agua», «qué curioso que las olas estén a una altura mayor que la playa», «joder, qué curioso que el mar está ahí, simplemente no hace nada», «anda que, cuando te metes en el mar, qué jodidamente curioso es».

La densa infusión de literatura para los que les gusta que les guste la literatura resulta tan apelmazada de falsa intensidad en Eclipse, tan llorica, tan marica, tan cursi, tan barata, que no sabe uno qué hacer ya con Banville -cada libro que empiezo de John Banville va de un tipo que se retira a una casa en el campo y se pone sentimental mirando el cajón de un armario-.

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6 respuestas a Comentario detesto: Eclipse, de John Banville

  1. Ten dijo:

    Pues cómo será la parte en que se describa el eclipse.

  2. Mejor prueba con Benjamin Black,es menos cursi y va más al grano.

  3. Maxiagitado dijo:

    Creo que este hombre es británico, no?, por eso creo yo le vienen todas esas paridas descriptivas muy propias de los hijos de la Gran Bretaña. Yo estoy leyendo Antigua luz y aunque no sé muy bien hacia dónde camina, lo voy soportando.

  4. anónimo dijo:

    Gracias. He estado a punto de gastarme 10 euros en El mar.

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