Trapiello, los diarios

1. Intro

Andrés Trapiello publicará este año, si dios quiere, el tomo decimo octavo de sus diarios, titulado Miseria y compañía. El escritor leonés puede que sea el mejor prosista español de nuestro tiempo. Un gran novelista no es, pero desde que Cervantes perdió el burro de Sancho Panza ya sabemos que en España, lo que se dice contar historias no se nos da particularmente bien.

Lo de Trapiello es el idioma, incluso el diccionario. Leer en el siglo XXI a Andrés Trapiello es leer hacia atrás, dislocadamente, como el traspié de la literatura.

En Siete moderno (que hacía el número 12 de su Salón de pasos perdidos, título general de la obra en marcha) aparecían las siguientes palabrejas (diez puntos para el que se sepa śolo la mitad):

apesarar logolito alquitarada nepente pinjantes monegro desborcillados binza lampiri mirotear zaquimaquí releje zarracateos  trapazar a redropelo péndola ladrón bisunto palafito andrómina almacería azuda labrandera asciterio blandear lejas oribe corcusida corretaje errabundaje falena uberinto garlopa algalia chibaletes corea tabardo ecdótica aljimifradas placera esquicio ostacustas darro bujería zarracatín borina aljabibe caudima relucencia caliches tendejón caire zambra encetar cisoria tumbagas fules adarme fililíes ñáñigo alifafe corburente

A ese volumen, que acabé estos días, pertenece el siguiente pasaje:

“Le contó cómo su amigo, Z, ha nombrado personalmente los jurados del Premio de las Letras de Castilla y León. Les da a cada miembro del jurado doscientas mil pesetas, pero les ha pedido, sin el menor rebozo, que voten por él. Ayer este Z se presentó en casa de B, escritor peruano, para proponerle igualmente la combinación y prometerle que si aceptara, naturalmente para votarle, sabría recompensarle no sólo con doscientas mil pesetas sino con favores futuros muy convenientes” (1998)

Trapiello, amén de palabrejas, lo que tiene son enemigos, tanto de suyo como generados página a página con estos diarios. A pesar de denominar X a muchas de las personas reales a las que retrata o afea conductas o artículos, no es tan difícil desvelar la identidad de esas X, de esas Z, de los destinatarios de tantas tortas como mete. A Trapiello, si algo le irrita, es la hipocresía, mayormente la de la izquierda pija, motivo por el cual no parece claro si el autor es de derechas o es de izquierdas, lo que en España significa que se le considera de derechas, por esa pereza nuestra en la tasación política de las gentes.

Hay muchas cosas que comentar sobre estos diarios, muchas citas jugosas que traer al blog -como la de más arriba-, y a eso me encomendaré en algún post más, que está la cosa ahora mismo algo aburrida.

Sin embargo, de los diarios de Trapiello hay que señalar enseguida una curiosa forma de modernidad -en un autor al que la modernidad le pega tan poco, y al que el vocablo postmoderno le parece «una moda pasajera»- y es la de cómo sus distintas entregas, en las bibliotecas -las de Madrid, sin ir más lejos-, acaban siendo objeto de aportaciones muy simpáticas por parte de los lectores, que no pueden sofocar sus ganas de anotar en los márgenes los nombres de los personajes X y Z que conocen, lo que enriquece la obra -de aquella manera- y hace de su lectura -en biblioteca, ya digo- algo común.

Y más: en el tomo El fanal hialino -uno de los mejores- que guarda la biblioteca Central o Centro o Pedro Salinas o la de Puerta de Toledo -que no sé- han sido arrancadas las páginas finales, unas veinte o treinta, y menudas ganas tengo de saber -es mi sospecha- a quién criticaba en ellas y, sobre todo, qué ganas tengo de ir biblioteca a biblioteca por las de Madrid comprobando si en todos los tomos de El fanal hialino un hipotético damnificado ha hecho ese mismo destrozo, en previsión de que alguien lea las miserias y, a veces, innobles confidencias que sobre él pueda haber consignado Andrés Trapiello, un hombre armado hasta los dientes de diarios.

2. Los premios

El periodismo le habla a la sociedad; la literatura, al ciudadano. Si nos fijamos en el eco tan distinto que producen las mismas palabras cuando aparecen en un artículo de opinión y cuando lo hacen en un libro, el aforismo se nos antoja cierto. El articulista diría uno que grita, mientras que el escritor susurra; una frase en un periódico es casi un eslogan, mientras que esa misma frase –exactamente la misma frase- en una novela o en unas memorias se toma como una confidencia, algo que el autor cuenta en privado al lector, por mucho que esa privacidad se establezca a partir de un libro que en verdad cualquiera puede leer.

Por ello, un lector que sea a la vez articulista –o que tenga sin más un blog- siente un poco de pudor a la hora de trasladar palabras de los libros a los periódicos, a la conversación pública; en el momento de señalar con el dedo y dirigir la atención sobre el segundo párrafo de la página 231 de un libro de setecientas.

Que es, justamente, lo que yo voy a hacer aquí.

En el mundo literario no hay asunto más pringoso que el de los premios. No me gustaría morirme sin llegar a saber de verdad cómo funcionan; pero lo veo difícil. Cuando da uno por hecho que todos los premios están amañados, empiezan a ganarlos completos desconocidos; cuando supone que sólo algunos se adulteran, le dicen que aquel completo desconocido trabajaba en la editorial que organizaba el certamen, que aquella joven ganadora es la novia del editor que le publica el libro premiado, que desde hace tres meses X va soltando por ahí que ya tiene “amarrado” un premio aún pendiente de fallo.

Los aspirantes a escritor son casi los únicos que pueden llegar a indignarse por estas componendas. Lo digo abiertamente: a la mayoría de los escritores profesionales un sistema corrupto de premios literarios les parece ya natural. Lo dan por bueno, por hecho, por inevitable. Uno se pregunta en qué medida es un delito convocar a miles de personas a participar en un concurso cuyo ganador ya está decidido de antemano; el engaño no es muy diferente al de esas plazas laborales que se ofertan en condiciones jugosísimas y que en realidad no existen, pues sólo se busca sacarles un poco de dinero a miles de personas en paro, mediante alguna triquiñuela. Un joven escritor puede dejarse una auténtica pasta en fotocopiar y enviar manuscritos a premios en los que en ningún caso hay posibilidades de ganar.

El secretismo de los escritores respecto a este tema es bastante llamativo. Hablamos de sujetos que, en algunos casos, se pasan el día afeando públicamente la corrupción de políticos y banqueros. Por eso resulta tan espectacular la sinceridad con la que Andrés Trapiello trata los premios literarios en sus diarios.

«…me telefoneó mi agente. No habrá premio. (…) Le he preguntado si nos abonarán la diferencia de dinero que hay entre el adelanto y el monto que cubre el premio. (…) En el fondo hay algo que me alegra. (…) Lo de este premio era como una acción si no mala, sí medio mala, sobreentendidos, medias palabras… Es muy probable que para ganarlo ni siquiera hubieran hecho falta los acuerdos previos, que acaban de romperse. Hubiera podido ganar limpiamente.» ( Los hemisferios de Magdeburgo, pág. 107 y ss.; 1994)

Podemos razonar que una cosa son los premios privados, que corren a costa de una empresa editora, y otra los premios públicos, que financia el Estado; y que el auténtico escándalo está en estos últimos.

“Me telefoneó X para decirme que acababa de recibir la llamada del Director General del Libro, que le invitaba a participar en el Jurado del Premio Nacional de Ensayo. Tendrán que hacer una primera selección pasado mañana. Me comentó que “el candidato” del Ministerio era el libro de Z. (…) Y uno le dijo (…) que de una vez por todas habría que suprimir esos premios, como resulta notorio. (…) Pero él y yo sabemos que si el candidato del Ministerio es A y es el ministerio quien elige a los miembros del jurado, no va a elegirlos para que salga B.” ( Siete moderno, pág. 535)

No deja de ser penoso que, para que gane el mejor, haya que amañar los jurados.

“Lo que le dije es que el libro de Z es lo bastante bueno como para que ganara sin todos esos enjuagues, y que precisamente porque es bueno, deberían evitárselos.” (Ibid.)

Con los años, he llegado a conocer la justificación que algunos encuentran para “pactar” premios (así lo llaman), tanto públicos como privados. Se trata de que lo reciba alguien que lo merezca, un auténtico escritor, y no un tipo con suerte; se considera que un jurado completamente limpio a buen seguro premiaría con criterios tan rigurosos como pueda tenerlos la lotería nacional al agraciar el número 34.593. Fe en la democracia, poca, sí.

La discreción de Andrés Trapiello, con todo, resulta particular:

“Me encareció X que no le contara nada de esto a nadie. Y eso hace uno. Lo anoto aquí para pasar el rato (…) y si dentro de cinco años [estos cuadernos] se publican, ¿quién va a acordarse de todo esto, y a quién va a importarle? (…) Dentro de cinco años habrán olvidado el nombre de ese director general y todas esas cuitas.” (Ibid.)

Ya sabéis lo valientes que son los escritores a la hora de enfrentarse con George Bush Jr. o con Berlusconi; a mí lo que me parece valiente es esto: después de enterarse de las maniobras de un señor para ganar el Premio de las Letras de Castilla y León (algunos maniobran desde una vanidad muy fácil de satisfacer, sí), y de que, en efecto, ese señor ganara el premio finalmente, Andrés Trapiello se limita a comentarle a su confidente que las cosas no deberían hacerse así, y luego anota en su diario: “¿Qué otra cosa podía hacer?, volvía a repetirse uno, ya a solas. Y a solas se dice uno que debía haber dicho más, y más alto, lo que no dijo. Cuando además hubiera sido a tan bajo precio. Decirlo ahora, aquí, es de bobos, porque será como pregonarlo a los cuatro vientos, y le saldrá a uno carísimo. Si no, al tiempo”. (ibid., pág. 222).

Nuevamente, comprobamos cómo contar algo en un libro anda muy lejos de significar que se dice “a los cuatro vientos”. A nadie le importa. De hecho, el propio Andrés Trapiello ganó el Premio de las Letras de Castilla y León en el año 2010, así que tan caro no le salió.

(El diario sobre ese periodo se desclasificará hacia 2015 o 2016: entonces, veremos cómo fue la cosa.)

En la lectura de Salón de pasos perdidos se sobresalta uno cada tanto con este tipo de miserias; leyendo seguidos dos o tres volúmenes, la visión que produce de la literatura es devastadora. ¿No se les cae la cara de vergüenza?, se pregunta uno a cada página. No: lo que hacen es escribir artículos contra la corrupción política. ¿No ven que juegan con dinero público?, se sigue preguntando uno. No: lo que hacen, ay, es escribir artículos contra la corrupción política.

En España hay unos mil concursos literarios sufragados por las arcas de la Administración: premios de ayuntamiento, la mayoría.

Todos deberían ser eliminados.

3. Ser escritor sin leer Lolita

Andrés Trapiello abrió Lolita por primera vez en su vida en 1998, cuando contaba cuarenta y cinco años de edad. Por lo que se ve, tenía prisa, dado que abandonó la lectura de la obra maestra de Vladimir Nabokov en la página 150.

En El fanal hialino, Trapiello consigna también su indiferencia hacia la narrativa toda de Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas, Nostromo, La línea de sombra… ¡Bah!

Entrevistado en su día por Fernando Sánchez Dragó, tuvo que enfrentar una pregunta en la que el periodista y escritor le recordaba que Javier Marías lo consideraba «el peor novelista de España». Dijo (más o menos): «Yo no puedo decir lo mismo de él porque no he leído ningún libro suyo.»

La respuesta sonaba dura, pero, leyendo sus diarios, uno se entera de que Trapiello no ha leído a nadie -ni siquiera a Nabokov-, lo que, desde luego, rebaja su desprecio a la categoría de desidia.

José Saramago, por ejemplo. El Nobel portugués, al que Trapiello apalea asiduamente -«No es un comunista al que le han dado el Nobel sino alguien que era comunista para que le dieran el Nobel», dijo, más o menos, un día- tuvo la ocurrencia de escribir unos diarios, y un redactor jefe de suplemento tuvo la propia de encargar a Trapiello la reseña. Saturado de egolatría, Trapiello abandonó la lectura y rechazó reseñar el libro y se alegró enormemente de no haber curioseado nunca en la obra de Saramago.

De Cela tiene esta cita memorable -que descontextualizada impacta más-: «Es mucho más grave pensar que Cela es un gran escritor, que el que a uno le hayan dado por el culo.» (El pasaje -de Siete moderno– se refiere a aquella polémica durante el centenario de Lorca cuando Camilo José Cela dijo lo que dijo; etc.)

Rafael Alberti: «Uno de los poetas más castañas de toda la historia». A su compañero en el 27, Vicente Aleixandre, lo compara con una poetisa aficionada cincuentona y cursi.

De Javier Marías apunta que es «un novelador hebén» (la expresión procede de Azoŕín) y, ya en palabras propias, su estilo le parece «de histérico embolismo».

Qué más. Ah, sí: el Quijote. Considera Trapiello que cualquiera puede encontrar cien (sic) errores gramaticales en nuestro libro nacional. Cien.

Me sale al paso esta frase: «La prosa de los poetas del 27 es la cosa más triste de toda la literatura.»

Caramba, entonces, ¿qué le gusta a Trapiello? Por lo que puede deducirse, Juan Ramon Jiménez, Miguel de Unamuno y Antonio Machado. Baroja le gustaba, de joven; ahora menos. Valle-Inclán, así así. Lo mas moderno que cita con gusto son los cuentos de Julio Ramón Ribeyro.

Hemos de preguntarnos, por tanto, llegados a este punto, lo siguiente: ¿se puede ser escritor sin leer Lolita? La respuesta no deja de tener su gracia: sí. De hecho, un escritor es, de entre todos los agentes que participan en el sistema literario, el único que realmente no necesita leer; no necesita saber nada de literatura; lo imprescindible en un autor es su propia obra en marcha y, en tantas ocasiones, ésta se verá impulsada por la insularidad intelectual del escritor, que puede llegar a pensar que nadie sobre la faz de la Tierra escribe libros aparte de él y, por tanto, que sus libros son los mejores que se escriben a día de hoy. La ignorancia favorece la vanidad, y la vanidad favorece la literatura.

Sin embargo, creo que, desde un punto estrictamente mercantil, los escritores son los profesionales más idiotas del mundo. Ningún futbolista dice odiar el fútbol o no ver la final de la Champions; ningún cocinero afirma no ir nunca a cenar a un restaurante; nadie del peliculeo da a entender que no visiona nuevas películas; y nadie que toque música afirma no saber qué música tocan los demás. Pero escritores vivos de hoy que sueltan eso de «Yo no leo a mis contemporáneos» hay miles.

Si un escritor que escribe y publica libros en 2013 no va a leer ningún libro publicado en simultaneidad al suyo, y si esa actitud se entiende como propia de alguien con autoridad en la materia -no es un camionero el que dice no leer novedades; es un escritor profesional-, y si todos hacemos nuestra esa consigna, esa renuncia, esa dieta de lecturas clásicas sin sal ni últimas novelas, entonces, digo, pregunto, propongo, ¿cómo podría publicar ese autor que no lee a sus contemporáneos sus propios libros?

¿Por telepatía?

Que la gente (así en general) no lea tiene mal arreglo. Que los escritores no se lean entre ellos tiene, sobre todo… futuro.

4. Penas y disputas de Andrés Trapiello

Seguimos y acabamos con Andrés Trapiello, al hilo de esa emisión ininterrumpida de literatura que realiza desde sus diarios, perfectamente mitificables.

Trapiello se llama en realidad Andrés García, vamos, Andrés García Trapiello en la versión extendida del patronímico. Como tantos otros artistas, Trapiello adelantó su segundo apellido por parecerle más pintón, más de vender libros y de ser recordado por los lectores. Obviamente, hizo bien.

Sin embargo, en algún momento de sus diarios se arrepiente de esta coquetería y afirma que mejor hubiera hecho firmándose García. Dado que los escritores jóvenes y postmodernos de hoy se firman Gutiérrez, creo que Trapiello no sabe de verdad de la que se ha librado. Mejor Trapiello.

Su vida de escritor, que es un poco a lo que vengo con este post, estuvo llena de brumosidades, simas, tristezas y paraqués.

Digamos que al principio su carrera literaria no parecía ir a ningún lado:

“Alguna vez ha mantenido uno reuniones con su agente en ese despacho. Para hablar de nada, porque en la literatura de uno hay poco que agenciar. No le traducen, no le contratan, no le venden. Van pasando los años, publica uno sus libros, pero nadie los quiere. Así que uno se pregunta, y, aparte de para presumir, ¿para qué tendrá uno agente?”

Todo aquel que no escribe -salvo su blog de pacotilla- ignora la carcoma que los años meten en cualquier talento, en toda vocación. El arte puro se lo han quedado en propiedad los jóvenes y, según va el escritor cumpliendo años, ya no le sirve ese impulso primero, su pasión por las letras, y hace falta que desde fuera le den algunas palmaditas en la espalda; le traduzcan, le contraten, le vendan.

Poco a poco, el autor que quiso llamarse Andrés García fue ganando presencia en nuestra literatura, y eso se nota en la cantidad de conferencias y charlas y simposios (de bolos) que cuenta a partir del diario de 1997. Andrés Trapiello da una conferencia cada cuarenta páginas, y casi todas ante un público muy reducido y muy poco interesado en lo que él dice. O eso refiere él, a veces con una maldad, un desprecio y una crueldad algo recriminables.

Desde la posición menor en la que se ve a sí mismo, no pierde nunca de vista lo que él llama CAS (Club de Almendritas Saladas), que digo yo que serán Marías, Muñoz Molina o Millás, esto es, los autores de su quinta a los que les iba realmente bien. Les traducen, les contratan, les venden.

“Qué duda cabe que por escribir en El País y actuar en la SER le irán dando a uno unos puntos canjeables, y con el tiempo volverá uno a ser respetado y respetable, y quién sabe si admitido más adelante en el famoso club CAS (Club de las Almendritas Saladas). No valdrá uno para las tertulias de radio, pero ése es el cálculo.”

Cálculo también es el de sus editores, cuando le dicen, muy contentos, que ha vendido 150 ejemplares de Los caballeros del punto fijo en el País Vasco. A ese ritmo, no ve Andrés García Trapiello que vayan a dejarlo ingresar en el CAS, no.

Mientras asciende o se estanca, va dando las conferencias, y en ellas comprueba cómo ascender es uno de los motivos principales de asistencia a estos eventos. Se le acercan muchos jovencitos escritores, con sus propios libros como obsequio, producidos en «dolorosas imprentas locales».

Respiremos todos juntos ese sintagma: «dolorosas imprentas locales».

Dice Trapiello:“Uno, de joven, nunca fue a ninguna conferencia, ni abordó a ningún escritor viejo ni le llevó sus primeros libros”

Por eso uno -completo yo-, no ha ganado el premio Planeta con 25 años, en efecto.

En los volúmenes de su diario que manejo estos días, se ve ya una conciencia muy marcada de estar escribiendo un libro importante. Trapiello consigna la opinión que en este sentido le expresan varias personas y, sobre todo, el miedo que tienen otras a que eso que acaba de suceder quede para siempre por culpa del relato que Trapiello hará por la noche en sus cuadernos. Algunos le llaman alarmadísimos: no quieren quedar para la historia como infames, cobardes o miserables. Da la sensación de que los diarios de Trapiello alcanzaron categoría de acta íntima de un tiempo y de un lugar, como si fueran el único documento oficial de unas vidas literarias, lo que no deja de ser un hecho fascinante, casi un hallazgo dentro de los géneros literarios o de la función social de la literatura.

De un bolo a otro, de una polémica a otra (con Gimferrer, con fulano, con X), Trapiello cuenta también cosas de su familia y paisajea mucho sobre los lugares a los que va de veraneo. Temas ambos que más o menos me salto sin mayores miramientos.

Como decía Barthes acerca de En busca del tiempo perdido, uno se salta páginas, sí, pero lo encantador es que no siempre se salta las mismas, cuando se relee.

Finalmente, Javier Marías asoma por la obra con asiduidad, ya sea por un artículo que a Trapiello le parece memo, ya por una entrevista donde dice lo que sea: doy por hecho que el autor habrá dedicado páginas muy particulares al rechazo por parte de Javier Marías del Premio Nacional de Narrativa.

Cuánta enemistad. Sobre todo entre dos autores que a mí me gustan mucho y que, como pasa también con dos personas que a uno le agradan, no entiendo por qué no se miran con mejores ojos. A fin de cuentas, son medio vecinos.

Según google maps, se puede ir andando de la casa de uno a la del otro en 25 minutos. Si quedan en la plaza de Canalejas, a medio camino, podrán darse la mano en diez

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8 respuestas a Trapiello, los diarios

  1. Faroni dijo:

    «Si un escritor que escribe y publica libros en 2013 no va a leer ningún libro publicado en simultaneidad al suyo….»
    http://hemeroflexia.blogspot.com.es/2013/01/lo-que-no-tiene-fin.html

  2. Dr.Diable dijo:

    Me gustas más aquí, que conste.

    Buena pregunta. Lo de leer a autores contemporáneos. Si eres un lector inquieto acabas leyendo a los de tu edad. Pero también es cierto algo que decía Vila-Matas en un reportaje-entrevista con Villoro: que si lees a otro de tu quinta que ha escrito un novela de la hostia te vienes abajo, empiezas a dudar y empiezas a cambiar tu propio estilo para hacer lo que el otro. Es un tema complicado.

  3. Estimado Juan, que la entrada contenga una foto de Trapiello, esa foto de Trapiello, me ha parecido más pornográfico de lo habitual.
    Enorme me lo paso con tu blog.

  4. Jonan dijo:

    Trapiello saca a la luz sus rencores en sus diarios y tú en tu blog. Se ve que sois de generaciones diferentes.

  5. Anónimo dijo:

    Comparto la totalidad de tus reflexiones a propósito de Trapiello, sus diarios y novelitas. Reconozco que me gustan sus diarios, me entretienen, la verdad; pero también es cierto que, cuando exploras un poco este género y te pones a leer otros diarios –Sánchez-Ostiz, Iñaki Uriarte, Martínez Sarrión…– llegas pronto a una conclusión: están sobrevalorados (los de Trapiello, claro). Y algo que me irrita y que señalas en tu entrada: no hay un puto autor en la literatura universal que merezca la admiración de Trapiello: algún elogio, algún reconocimiento, no sé… (excepto su amigo y maestro Ramón Gaya, algún poeta murciano y otros intocables (pocos) de la historia de la literatura española). Y es que Trapiello, además de ser un señor que se toma el oficio de escritor muy en serio, es un incomprendido. Y un coñazo como poeta, por cierto. Pero juro, de verdad, que sus diarios me entretienen mucho (sobre todo en tardes invernales y lluviosas).

    Subcomandante Marcos.

    • Juan Tordo dijo:

      «En los volúmenes de su diario que manejo estos días, se ve ya una conciencia muy marcada de estar escribiendo un libro importante. «

  6. Pues «Los confines» , de este señor, me parece de lo mejor que se ha publicado en este país en décadas.

  7. Ángel dijo:

    Estupenda entrada, señor Malherido. Déle. Déle.
    «Todo aquel que no escribe -salvo su blog de pacotilla- ignora la carcoma que los años meten en cualquier talento, en toda vocación. El arte puro se lo han quedado en propiedad los jóvenes y, según va el escritor cumpliendo años, ya no le sirve ese impulso primero, su pasión por las letras, y hace falta que desde fuera le den algunas palmaditas en la espalda; le traduzcan, le contraten, le vendan.»
    La carcoma.
    El Horror, el horror…

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