El cojo y el loco, de Jaime Bayly

             No sabes todas las pajas que me he hecho pensando en tu culito de beata rezarrosarios.

A este blog lo acaba de filtrar el puto google y no sé si es por las fotos o porque hablo demasiado de mi polla. El puto google ni siquiera tiene rostro y es una máquina y no entiende la literatura así se la traduzcan esos putos chinitos que tiene trabajando debajo de un posavasos del Starbucks. Bien es cierto que aquí hemos sido machistas y racistas y que odiamos a los argentinos y a los calatales, y a los poetas y los cuentistas, y sobre todo a los minusválidos. Pero, aparte de contravenir todas las normas de uso de Blogger, ¿qué coño hemos hecho?

Lectora: Pobriño, Juan, pobriño.

Mientras nos sepultan el talento bajo código censor, sigamos haciendo saltar chispas al corazón de la literatura.

Sí, nadie en su sano juicio lee las novelas de Jaime Bayly. Qué pesado es, qué gay, qué guay, qué flequillo, qué programa en Miami, que niño de peras peruanas, qué apellido: por dios.

Pero mirén cómo se los digo: El cojo y el loco: puta obra maestra. El cojo y el loco: una de las mejores novelas del 2010. No en vano, no salió en ninguna lista de mejores novelas de 2010.

Las coordenadas de esta novela son: Sade, Hentai, Boris Vian, Fernando Vallejo, Jorge Franco. No hay que agitar ni nada que ya se corre sola.

Mientras que en Europa nos aburrimos dando vueltas a la novela de la nada, que es la del cerebro, en los países inferiores tienen la suerte de no poder preocuparse demasiado de pensar, porque ya se lo importan todo pensado de Nueva York y Londres, y tienen tiempo para matarse entre ellos y follar a toda prisa, que las balas silban canciones de coito interrumpido. Es la vida. Es la sangre. Es el tema de algunas novelas escritas a flor de calle (Rosario Tijeras) y a pie de pétalo (?); es la realidad, llena de hijos de puta y de polvos memorables, de hombres muy machos y de algunas mujeres que, en efecto, los prefieren muy machos así las violen sin permiso del ministerio.

Brutal como esas películas de Robert Rodríguez, vivísima como sólo puede serlo una novela que niega la literatura del conocimiento, en favor de la literatura de toda la puta vida, El cojo y el loco salpica de semen nuestro soporífero siglo de prohibiciones y detergentes, y basta leer esto que sigue para estar de acuerdo o irse a tomar zumitos en los márgenes, cada vez más anchos, donde hoy se elude la vida.

“esa certeza de que morirían jóvenes porque no servían para nada era lo que los unía, el desprecio por la vida, por sus vidas, por las vidas de sus familias, a las que aborrecían y a las que a veces soñaban con matar a balazos, en un gigantesco baño de sangre en dos mansiones de San Isidro para luego dispararse a la vez, uno frente al otro, a la cuenta de tres, y salir al día siguiente en los periódicos y por fin ser alguien, hacer algo que los sacara de la mugrienta y confortable mediocridad de sus vidas de millonarios con putas y pistolas.”

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