La gallina ciega, de Max Aub

Olvidada la obra de Max Aub, tendremos que hacer un gran esfuerzo aún para olvidar su olvido. Nos lo recuerdan a menudo. Max Aub olvidado, dice uno, Max Aub preterido, dice otro, ¡puta pena que ya no se lee a Max Aub!, corean todos, at the end.
Así que me he leído La gallina ciega, de Max Aub, y os la cuento rapidito no sea que el post vaya de que se me ha olvidado La gallina ciega.
Max Aub no es un seudónimo, para empezar. El seudónimo se utiliza cuando el nombre de uno es tan vulgar que piensa uno que nadie va a ser capaz de recordarlo. Como Max Aub ya sabía que nadie se iba a acordar nunca de su puto nombre, aunque sonara a película de serie Z, así que lo dejó estar. Era entre alemán y francés, Max, o sea, todo menos español, pero se vio obligado a ser español porque sus padres lo llevaron a Valencia, por eso de enredarle las raíces.
Allí en Valencia, donde todo son vicios, Max Aub cogió el que daba menos prurito: la lite. Y escribió mil y un putos libros, de los cuales el más conocido es El laberinto mágico, y el más simpa Crímenes ejemplares.
Este La gallina ciega es un diario, de 1969, donde relata sus tres meses en España después de 30 años en México. En España no se publicó hasta 1995; en México salió en 1971. Max se murió en 1972.
Da todo mucha pena, sí.
El diario apesta a provincias. He pensado, en mi puta genialidad, que el exilio, esa sintonía AM del alma que nosotros nunca conoceremos, es una suerte de provincialismo. Uno se exilia en México, incluso en Nueva York, como se exilia debajo de su mesa camilla en Valladolid. Exiliarse de un país, o sea, decidir vivir fuera de tu país porque no gobierna gente más alta, te ubica en el territorio del pasado, que es donde se han quedado siempre las provincias, y uno vive en esa provinciana antigüedad de las cosas como eran antes, y no de las cosas como son en México o Nueva York. Así, Max Aub borda una prosa tan rancia que parece que se inventa el castellano, o que lo saca de frasquitos en formol junto a fetos de putas niñas japonesas. Su exilio, contrachapado, viene a España y se da cuenta de que no fue exilio, sino simple viaje en autobús a Palencia.
Todo en España le da grima, a Max, como a Paco Martínez Soria llegado a Madrid con su burra. Lo moderno le asquea, los jóvenes le desconfían y los teatros no ponen las obras que le gustan, que son las que escribió él.
España, concluye Max Aub en su diario, va muy mal porque ha seguido hacia delante sin él.
Ha seguido hacia delante y los jóvenes (¡de 1969!) «no tienen interés» por la Guerra Civil. Y eso, Max, no lo entiende.
Pero que en 2011 no tengamos el más puto mínimo interés por la Guerra Civil sigue llamando la atención: por favor, dadnos un respiro que aún no hemos votado por dos partidos diferentes en las elecciones generales.
Asina, después de catar esa prosa de farias y sombreros, va uno al nombre propio, por ver de localizar el cotilleo y la cuchillada, quién era maricón y dónde se enjironaba nuestra literatura.
Que si Barral era un «pachá de los libros», que si Cernuda no era buena persona, que si Azúa era un chico muy listo y que si Benet hacíase de notar. Informaciones, como comprenderéis, putamente fundamentales para nuestro día a día.
Curiosamente, el libro abunda en nombres de escritores y escritoras que ya nadie recuerda, como Eulalia Galvarriato, mujer de Dámaso Alonso que escribió algunas novelas y a la que le hicieron un blog que se cansaron de hacer en febrero de 2009 (http://eulaliagalvarriato.blogspot.com/) porque menudo coñazo es tratar de sacar a alguien del olvido, con la que cae ahí fuera.
También menudea el diario en conversaciones políticas que a día de hoy suenan tan serias y tan viscerales que casi parecen programas de Tele5. El marxismo, Francia, Franco, Italia, el voto, las masas… Qué cosa tan lamentable, toda una generación tomándose en serio sus propias conversaciones.
A Max Aub le hemos olvidado, pienso yo, porque a)no era español, y los españoles somos muy mirados con eso de ser español para ponerte una calle, b)su obra está escrita para funcionar, y la literatura perdurable no es funcional, no ayuda al cambio ni a derribar al bajito, sino que no vale para nada, c)demasiados novelistas de hoy en día utilizan la info de las novelas de Aub para hacer sus propias novelas de mierda sobre la Guerra Civil: ¿cómo van a querer que leamos a Max Aub?
Quieren ese olvido en nuestra memoria; y ni siquiera se lo vamos a dar, la verdad.
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