El plantador de tabaco, de John Barth

En 1908, el escritor argentino Enrique Larreta escribió una novela titulada La gloria de don Ramiro en la que proponía taxidermias y nostalgias del siglo XVII, en concreto, del reinado de Felipe II. La cosa no iba sólo de narrar lances de espadas y pendones, sino de desempolvar los diccionarios y ser verbalmente contra natura. Quien la haya leído recordará esa dislocación finalmente insoportable que se produce en el lector cuando lo que se lee y lo que se sabe -el texto enfrentado con su propia solapa, con la biografía del autor- se niegan mutuamente. Las novelas contra la sintaxis del presente no son otra cosa que un grito compaginado de inadaptación, literatura de travesti.

El travestido literario no tiene nada que decir, nada que contar, si no es su propio travestimiento. Nacido en el siglo XIX, quiere ser súbdito de siglos sin palito, de eras anteriores a Cristo o de civilizaciones donde no hubiera quinqués. Escribe para eso, en la creencia -tan emocionante- de que cambiando de genes semánticos y sintácticos cambiará también de raza, nacionalidad y -sobre todo- contemporaneidad. Así, las novelas pastiche, estos libros travestones, no tienen mayor interés, salvo el de ver a un señor ponerse unos disfraces.

John Barth se puso sus vestidos en 1960. El plantador de tabaco fue su inmenso biombo de viajes en el tiempo: también al siglo XVII, también a la vida literaria de antaño. Al igual que Larreta, Barth no hace mucho más que fingirse difunto y antiguo y ajeno, pues su novela, el esfuerzo que hay en ella, es el de que no se note desde dónde está escrita, cuando si algo importa primero de todo en un libro es cuándo se escribió y en qué circunstancias. Cuando uno lee, lee siempre el tiempo de una escritura, por lo que una novela que hurta su propia temporalidad es básicamente un ejercicio caprichoso y gilipollas.

Tenemos a un poeta -real- que echa a andar por la vida, con sus padres y sus hermanos o hermanas, con sus tabernas donde tontea con las meseras, con sus amigos a la vera del camino y sus percances picarescos, todo minuciosamente indistinguible de un Tom Jones o un Tristram Shandy, salvo por el hecho de que Tom Jones y Tristram Shandy son más modernas que El plantador de tabaco y han envejecido mejor hacia atrás. John Barth planta su tabaco en el siglo XVII y hace en verdad una novela menor del siglo XVIII, pues nada tiene que ver El plantador de tabaco con el siglo donde se desarrolla, salvo por el poeta real cuya vida aburrenarra y por el Quijote y el Simplicius Simplicíssimus del otro –Grimmelshausen-; el siglo XVII fue el siglo de la literatura puritana –Bunyan y John Milton– y el de Madame de Lafayette. Habría que esperar a ese 7 en los epifafios y las epístolas, y a la asimilación inglesa de la picaresca española, para leer novelas como la que John Barth se inventa que podría haberse hecho en el siglo de Cervantes.

Esto es todo muy interesante como psicopatía travesti, ya digo, como muestra simpática de las ganas de un señor de vivir en otra época, pero como literatura para leer recuerda a ese mercado acuático tradicional que hay en Tailandia, que ni es tradicional ni nada, sino gente disfrazada de sus tatarabuelos.

El plantador de tabaco es ese disfraz de tatarabuelo que cuelga de una percha con la etiqueta por fuera, de H y M.

Pero estas cosas pueden hacerse, no creáis; pueden hacerse bien. En 1969, John Fowles lo demostró con La mujer del teniente francés, una historia del siglo XIX contada desde el siglo XX, es decir, una novela que corrige continuamente su propia inocencia con pespuntes de contemporaneidad. Siguiendo el simil travelo, La mujer del teniente francés es el Disfraz de tigre de Hidrogenesse vuelto literatura, o sea, una novela no como las del siglo XIX, sino como la lectura de una novela del siglo XIX hecha en 1968. La novela no viene disfrazada, sino que es un disfraz, la ironía de la máscara.

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11 respuestas a El plantador de tabaco, de John Barth

  1. Mike dijo:

    No fastidies, que Tongoy nos la ha vendido por activa y por pasiva… A mí me encanta Tristram Shandy (me sigue pareciendo el libro más moderno que se ha escrito) y La mujer del teniente francés (qué final(es) y qué buena y original adaptación cinematográfica la de Harold Pinter). Me leeré (o empezaré, que tantas páginas no es para ir forzado) esta con la esperanza de que se les parezca bastante.

  2. Pollito Juan dijo:

    Pues cuando yo me leo un pez gordo del XIX que me hace olvidar de que pertenece al XIX me viene un aroma así como de Literatura que me hace pensar, loco de mí, que no es del todo condenable el «hurto de temporalidad».

  3. Zote dijo:

    El Écfrasis es una Figura Retórica que consiste en una descripción precisa y detallada, también animada, de un objeto o artefacto de arte. La palabra écfrasis o efrástica no está registrada en el diccionario. No te jode…

  4. Pierre Clindor dijo:

    Lo mismo dicen algunos yankis de los Episodios de nuestro Galdós. Una cosa es leer un libro y otra estudiar una obra. Supongo que por esa razón ni cristo lee a Corneille. Pero claro luego la gente se pierde salvajadas como L’illusion comique. Y lo de Tristram y Tom Jones es un chiste de puta madre de Marías. Ojalá fuese real. Ojalá, Juan. Barth es un vejestorio; pero Fielding o Sterne (y ni te cuento alegóricos puritánicos, picarescos kartofel o princesitas nouvellescas de salón) son momias del Museo británico. Les sacamos tres fotitos y ya. Y que conste que no estando de acuerdo con tu crítica sesgada, me alegra oír ciertos nombres en boca de un escritor actual. Me permite dejar de lado mi misantropía y creer por momentos en el ser humano.

    • Juan dijo:

      Hombre de dios: Tom Jones es una novelón maravilloso, seguramente la mejor novela de todos los tiempos («seguramente» porque me da a mí la gana, claro). Tristram Shandy, en realidad, no lo soporto. La, así llamada, literatura puritana tiene un libro excepcional: El paraíso perdido, de John Milton. Da pereza ponerse con él -yo tardé cuatro siglos y treinta años-, pero engancha como una serie de televisión -de esas de ahora-.

  5. Felipe II no conoció el siglo XVII, ni en concreto ni en abstracto. Lapsus sin importancia que aprovecho para recomendar esto:
    http://antoniopriante.wordpress.com/2013/06/24/cansancio-del-escritor/

    • Juan dijo:

      Leí hace mucho tiempo La gloria de don Ramiro; en todo caso, no hay que ir muy lejos para encontrar la referencia al rey felipero: «una vida en tiempos de Felipe II», dice el subtítulo de la propia obra.

  6. Pingback: Reflexiones Mundanas-Gilipollas travestidos y pollos de corral -A veces las ponen a huevo. No siempre, pero hay ocasiones gloriosas en que asoma por debajo de la puerta el hueso pelado de la narrativa considerada como un arte subsidiario de Informe Semana

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