Sorpresa: Malherido.com

Lector Mal-herido ha cambiado tanto de casa que ya no sabemos dónde perdimos las becarias, dónde están las llaves, matarile, dónde el talco y dónde el punto final de esta frase

The new thing is /es que nos hemos ido con todo y los amigos a Malherido.comCaptura de pantalla 2014-04-05 a las 15.13.37.

Podéis seguir leyendo allí reseñas de novedades que Juan no ha leído más allá de la página 23, reseñas de clásicos que no ha abierto y reseñas de libros que no existen. Todo jodidamente rigurosísimo.

En la Presentación A.O. suelta un rollo marcadelacasabeo que os podéis saltar, para aterrizar directamente en Suscripción. Miedo me da.

Aquí hay que paypagar, meter datos, apretar doce botones, esperar contraseñas. No os molestéis.

Podéis vivir perfectamente sin reseñas literarias geniales. Muchos animales de compañía lo hacen.

Poco más. En el blog Actualidad no se cuenta nada de interés. Por eso es gratis.

Es todo una tontería de cuidado, esto, malherido.com, algo como auriculares sueltos sobre la mesa, tarjetas de crédito formando castillos rugosos, libros subrayados con la cuchilla de afeitar. Literatura.

Renacimiento.

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Daniel Gascón, José González, Álex Morellón

Tres de los 80, tríptico trino triple post a la de tres:

Entresuelo, de Daniel Gascón. Pues son las memorias inmobiliarias del autor, las reminis -las aventis- que suceden cabe una puerta, la del entresuelo del titulo, por donde pasan, y adentro quedan, los padres, los abuelos, las novias, las hermanas, las máquinas de escribir. Una prosa modestísima a propósito, clarita como el agua, para contar, también acuosos, los vaivenes familiares y el paso del tiempo por sobre las ramas del árbol genealógico de suyo. Viene todo parcelado de capítulos-ensayo-recuerdo puntual, con título, y hay algunos pueblos. Toda una intimidad sin escándalos, muy correcta y de familia como todas, en las líneas confesionales de los últimos años en nuestras letras, quizá un poco como Mi madre, in memoriam, de Richard Ford, y un mucho -sin duda, esto- como el Me acuerdo de Brainard, recuperación del añico.

La visita, de José González. Le ponen dos rayas, dos palotes negros, en la portada del libro al nombre del autor, y no sabe uno si eso es firma canónica ya o juego de diseñadores aburridos; el caso es que yo hubiera querido replicar palotes, pero no sé dónde hállanse en este qwerty, este mundo, las dos rayas, doko. Pues es José González nacido en Lugo en 1981, igual que Gascón, y esta La visita su primera novela o narrativa, tras algunos cines o vídeos de oficiar. El libro está realmente muy bien, pero, así mismo, de tan confesional, se nos antoja más documento lírico que narración, pues todo lo que pasa viene verificado porque nos parece que es verdad que al autor le pasa esto con sus padres y sus abuelos. Por ello, más que con un narrador, nos quedamos con un prosista hondo, pues aquí se escribe con mimo y con mucha atención a los grandes sentimientos devastados de la vida. El libro es muy triste, en verdad, con repuntes sórdidos, y la familia -ese concepto- se nos oscurece y se nos atraganta, de tan áspera.

La noche en que caemos, de Álex Morellón. Estos son los cuentos, cuentos fantásticos porque algo raro pasa siempre, que se duerme sin fin, que se desaparece dentro de un plato, que se aniquilan los cuerpos con las máquinas de exprimir naranjas. Pero, ojo, así dicho suena todo ingenuo y juvenil, de ideítas, y lo cierto es que Morellón no apuesta todo a la ideíta -porque ideítas fantásticas tenemos todos a menudo-, sino al drama y a la fricción de los personajes -que es lo mismo-. Hay un cuento corto, un micro seguramente, titulado El palíndromo de Nadia que tiene mucho éxito leído en alto, en público -vilo-; hay Subterráneo, también. Se escribe sobre instantes y situaciones anormales que, de extenderse durantes años -de ahí el género mirífico- nos dirían algo y aún mucho sobre nosotros mismos. La prosa es reposada, querente literaria; querente no existe pero seguro que me se entiende (me se es anacoluto, pero también me se entiende). 1985.

Publicado en 80, Cuento, Narrativa 2013 | 1 Comentario

# paridad

Debo confesar que la obsesión paritaria me parece, en esto y en todo, un dislate, aunque el compilador la practique, como en este caso, “para ver qué resultaba de forzar un equilibrio”. Lo que resulta es, con toda seguridad, un desequilibrio; no de sexos, pero sí de calidad. Lo único aceptable en todos los casos es seleccionar lo que se considere mejor, sin tener en cuenta factores como el sexo, tan ajeno a la calidad posible como la estatura o el color del pelo. De lo contrario, siempre habrá motivos para la incertidumbre; siempre cabrá preguntarse si algunos nombres figuran en estas páginas -o no- para equilibrar la nómina, por ser hombres o mujeres, no por la índole de su escritura, que es lo único que tendría que contar.

El Cultural, Ricardo Senabre, 2013

Celebro la osada resolución de reunir el mismo número de autores que de autoras. A ver si el ejemplo cunde.

El Cultural, Ignacio Echevarría, 2013

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La calle Great Jones, de Don DeLillo

Un Don DeLillo del 73, o sea, un Don con 37 los años nada más, encontramos en La calle de Great Jones, traducida por primera vez en España para deleite de lectores que no atienden a las tramas, yo mismamente.

Don DeLillo, con William T. Vollmann son, dentro de las inacabable inagotable ingestionable nómina de autores yankis voceándonos desde todos los sellos de España y desde todos los periódicos y desde todas las librerías y cabe todas las posteridades (pausa: ,) los mejores. Hay que leer Europa Central y Submundo, y luego todo lo demás, y luego venirse a este post sobre la 3ª novela de Don.

Ding dong.

Va de Lou Reed. No va de Lou Reed, pero podemos aprovechar los funerales, la caída, la biografía de la leyenda para leer y sobreleer La calle de Great Jones, donde también tenemos a una estrella del rock de los años setenta transcendiéndose a sí mismo y haciendo del hotel la nueva territorialidad del talento.

El prota -un cantante de éxito insufrible- se retira, y entonces muchos y tantos va a verlo y a soltarle diatribas o misterios, filosofías y mundologías, en diálogos extensos y de parlamento nutrido. Es el mejor DeLillo, ese de hablar como nadie habla, ese poner la profundidad -la reflexión profunda- en boca de los personajes, para crear escenas absurdamente cotidianas en su snobismo. La película de dibus raros de Linklater, Waking life, es un poco lo mismo.

Amén de lindezas sin par sobre la fama, encontramos ocurrencias disolventes como la de un escritor inédito que anda acuñando un género literario nuevo: «la novela infantil pornográfica». Glups.

Luego aparece la trama, hacia el final, con matones y malotes y una droga X que hay que conseguir y usufructuar. Ahí ya nos da un poco todo lo mismo, páginas 200 a 300, porque DeLillo se lee -como (se ve) su propia película Cosmópolis– para el subrayado, la idea espigada y el asombro de la complejidad.

Nada malo, este libro.

Publicado en Imprescindibles, Narrativa 2013, Rareza | 4 comentarios

Diario de otoño, de Salvador Pániker

Es, digamos, curioso entrarle a este libro así por las bravas y a ver qué nos cuenta. Quizir: siendo uno, como es el caso, inocente de la obra -y casi de la figura- de Salvador Pániker. Ésta, por tanto, es una lectura mediterránea, de inventar la pólvora.

Salvador Pániker, nos dicen, es filósofo, ingeniero, editor de Kairós y tertuliano televisivo, normalmente sobre hechos de muerte a mano propia: suyas son las defensas de la eutanasia que corren por ahí.

En realidad todo esto da un poco lo mismo.

También da un poco lo mismo que este Diario de otoño sea la tercera entrega de las confesiones íntimas del autor. Pienso leerme las anteriores, pero en este tercer tablero no eché en falta los otros dos.

El caso.

Qué emocionante todo.

Pues Pániker tiene un ego inmenso, descompensado, de sabio total, tipo Steiner pero con sicalipsis. Las entradas de su diario, de primeras, van normalmente de sus pensamientos, todos enrevesados y conectivos de filosofías varias y del rollo hindú que -apellido obliga- apedrea la página con sus sonoridades siempre sexuales: shakti, ananda, dukkha y todo eso. Hay frases, o párrafos enteros, donde se mezclan tantos conceptos filosóficos, y tantos siglos, que no se entera uno de la misa la media. Luego se habla de amor, de la familia, de la hija enferma, de encuentros rumbosos en mansiones editoriales donde todos le tienden la mano por lo menos dos veces, extasiados; cosas en la radio; Paco Umbral; Sánchez Dragó; sexo de última hora; botica variada; playas; palabras en alemán y en francés. Vamos, una vida de las buenas.

Y así, metidos en este tráfago de lujo intelectual, de pronto -porque uno es tan listo que no lee las sinopsis de contraportada- (motivo por el cual sugiero no leer mi post si van a leer el libro), nos cae -me cae, como lector- a plomo y sin poder echar mano del hacha anti-incendios la gran desgracia en vivo del diarista. Su hija enferma, ya avisaba.

Ahí, el diario -que iba a llamar «la novela»- entra en oscuridades tan absolutas como puede uno imaginarse, y se emparenta con esa «literatura del duelo» de la que aquí ya hemos sacados algunos testimonios. Sin embargo, el duelo y la pérdida de Pániker, realmente me han llegado. Uno, como comentarista y opinador de libros, debería saber por qué esta sí; pues miren, no tengo ni idea.

Pero esta .

Esta muerte, su relato, sus detalles -una simple aspirina-, sus entretelas íntimas y vertiginosas, me han emocionado muchísimo, y ya supondrán que emocionarse con los libros no es algo para lo que tenga yo mucha inclinación.

Intuyo que la enorme impresión que me causa este relato tiene que ver con observar cómo un hombre sabio, pertrechado con todo el aparataje cultural posible en nuestros días, y que además nos ha mostrado en páginas previas su compromiso con la legalización de la eutanasia, se ve de pronto enfrentado a la muerte como un arriero más en el camino hacia la nada, sin que ese saber, ese discurso, ese libro último sirvan de mucho llegado el luctuoso trance. Creo que esa orfandad del intelecto, orfandad en relación a sí mismo, es la que genera el campo magnético emocionantísimo alrededor del hecho doloroso. A Pániker, en su diario, la muerte le hace cambiar hasta la sintaxis. De la frase larga y festiva a una corta y clara, de luto.

No es frecuente que en un libro la dedicatoria se lea dos veces.

Publicado en Diario, Ensayo, Memorias, Narrativa 2013 | Etiquetado | Comentarios desactivados en Diario de otoño, de Salvador Pániker

# fama

La fama requiere toda clase de excesos. Me refiero a la fama de verdad, a un neón que te devora, no a ese renombre sombrío de los estadistas en declive o de los reyes timoratos. Me refiero a largos viajes por el espacio gris. Me refiero al peligro, al borde mismo del vacío, a la circunstancia de un hombre que les infude un terror erótico a los sueños de la república. Entienda al hombre obligado a habitar esas regiones extremas, monstruoso y vulvar, humedecido por los recuerdos de la violación. Por mucho que esté medio loco, lo absorberá la locura total del público; por mucho que se plenamente racional, un burócrata en el infierno, un genio secreto de la supervivencia, está claro que lo destruirá el desprecio que el público siente hacia los supervivientes. La fama, al menos esta modalidad especial, se alimenta del escándalo, de lo que los asesores de hombres de menos valía considerarían publicidad negativa: histeria a bordo de limusinas, peleas a navajazos entre el público, litigios grotescos, traiciones, pandemonio y drogas. Tal vez la única ley natural que se aplica a la fama verdadera es que el famoso se acaba viendo forzado a suicidarse.

1973/2013, Don DeLillo

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Nota del autor, de Joseph Conrad

Los prólogos son una cosa escrita para tontos. Un prólogo es siempre innecesario y siempre hay que saltárselo antes de leer lo que anticipa. Hay gente que lee los prólogos y cree que ha entendido algo del mundo, incluso algo del libro. Hay gente, también, que se merece un prólogo ella misma para ahorrársenos a los demás. Qué puta lástima no poder prologar personas y darlas por consabidas. Quizá Facebook no sea más que un prólogo para enunciar que uno no vale la pena.

Joseph Conrad. El caso es que un libro compuesto exclusivamente de prólogos es toda una reivindicación del proemio. Es el único libro donde no puedes saltarte el prólogo sin saltártelo todo. A Conrad lo tuvieron dos o tres años escribiendo putos prólogos a su propia obra. Seguramente hizo algo mal para merecer semejante suplicio.

Alguien editaba todo Conrad y tuvo la idea feliz de encargarle un comentario a cada uno de sus libros; a todos y cada uno. Ahí vemos a Conrad sentado a su mesa políglota tratando de decir algo sobre sus propios libros, algo con sentido a sabiendas de que tanto prologar no podía ser sano. Algunos prólogos son obvios y rectilíneos y van de la trama de la novela y poco más; otros ilustran sobre las fuentes de inspiración de la historia que se contó, normalmente periódicos o cotilleos; otros más aún recuerdan las malas críticas recibidas y todo el preliminar es rencilloso y al rencor; otros, los mejores, no van de nada, porque Conrad, como es lógico, no tiene nada que decir muchas veces de sus propios libros, así que escribe y escribe -sin decir cosa alguna- hasta completar piezas perfectamente literarias.

Muy interesante es la explicación del autor sobre su escritura amadrastrada; o sea, en inglés. No hubo, dice, elección; no se hernió Conrad para aprender el inglés y hacer literatura con esta lengua. De hecho: «de no haber escrito en inglés nunca hubiera escrito una sola palabra.»

También jugoso es el placer que explicita ante el éxito comercial que tuvieron algunos de sus libros; en concreto, Azar, novela que ahora nadie lee: «Lo que ha hecho de éste un libro para mí memorable, dejando al margen el sentimiento natural que uno tiene para con sus propias obras, es la respuesta que provocó. El público en general respondió con generosidad, quizá con mayor generosidad que ante cualquier otro de mis libros, y de la única forma en que puede responder el público en general, es decir, comprando un determinado número de ejemplares.»

El respeto de Conrad por el público lector «en general» queda de manifiesto algunos renglones más abajo: «sería un desafuero indecente negarle al público en general la posesión de una mentalidad crítica.»

Todo está escrito con esta elegancia deliciosamente trasnochada, una prosa señorial y polaca. Ninguno de estos prólogos da ganas de leer el libro, lo que, al cabo, quizá sea lo mejor que se puede decir de ellos.

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El comunista manifiesto, de Iván de la Nuez

Como el otro, este también va de la izquierda, de sus mitos y desaguaduras; de novelas y exposiciones temporales en el CCCB; de tendencias, de actualidad y de lo buenas que están las rusas (no).

Iván de la Nuez es un cubano que, parece, sólo puede escribir de comunismo. Ya sea un comunismo de andar por casa, ya uno de mucho teorizar, ya otro de adscripciones gratuitas y camastronas.

Este, titulado en troque El comunisma manifiesto, y que saca Galaxia Gutenberg, sello al que cada vez hacemos más caso porque cada vez hacen ellos más caso a los autores en español, va de la vuelta del comunismo, de su regreso triunfal en estos tiempos de capitalismo funeral. Pero, ah, no es un regreso, un retorno, un volver por las urnas o por los votos, es -y ahí está la agudeza de Iván de la Nuez- una resurrección estética.

De pronto, lo ruso está por todos lados.

Putos rusos.

Exposiciones, libros (Limónov), cosmonautas («detecto cierta condescendencia con los cosmonautas), putas también pero Iván no lo dice; muñecas y ese libro de Fontcuberta sobre el astronauta que nunca existió/ y nunca existió.

El ensayista nos lleva por un sinfín de referencias soviéticas, entre las que sólo echo de menos algún poema de Manuel Vilas, aquel en el que alababa los chándales de la CCCP, verbigracia.

En realidad, opino, todos los vaivenes de las ideologías, el que ahora haya más fachas o más rojillos, que vote uno a estos o a los otros, siempre tiene que ver con cómo quedan los bigotes, los sombreros, con poses políticas y días en el hipódromo o -por el contrario- en el patio Maravillas. Los jóvenes, mayormente, son adictos a votar según les salga más resultón en la discoteca ir de señorito o de revolucionario. Dije.

Luego, hacia el final, se habla de todo un poco. 15M, Reagan, la momia de Lenin.

Un surtido.

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# herencia

En el colegio aprendí cómo era el mundo.

Los que se ríen de mí

son hijos de los que se rieron de mis padres.

Los que no han vivido nada

envidian a los que han vivido.

Los que tienen una historia

no necesitan reírse de nadie.

Es vuestra palabra contra la mía.

Vuestro silencio contra el libro.

2013, Pablo Fidalgo Lareo

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